Published: Mon 12 September 2022
By Bru
In Pensambulando .
tags: sentimientos
Mi mundo se volvió muy concreto. La mayor parte de mi vida fue marcada por una vorágine de sentimientos. De fascinaciones intensas, intenciones avergonzantes, esperanzas insatisfechas y lo que se siente como un millón de corazones rotos.
Imagino que muchos puertos son peores, pero todavía no termino de hallarme a gusto en aquél al que fui a parar. Un estado de presunta entereza mental, que tengo miedo que sae sólo ilusoria, el resultado de una tendencia evasiva.
Uno de los puntos que más me hacen sospechar de ello es la decepción preventiva. Esa sonrisa que no termina de ser entera cuando algo bueno pasa, ese chiste que no me frunce el abdomen, eclipsados por una expectativa de irrelevancia.
Por un lado, me parece un instrumento sumamente útil para brindar ese tan anhelado balance. Después de todo, no hay nada más desestabilizante que una expectativa hecha trizas contra el piso. Si esa expectativa no florece en primer lugar, podemos evitarnos ese desgarro en nuestro corazón metafórico.
Pero el costo a pagar, justamente, son las mismísimas expectativas. Son oportunidades de sentirme afortunado, y peor aún, quizás sean oportunidades desperdiciadas de ser afortunado. ¿Por qué? porque no me parece en lo absoluto inverosímil que algunas oportunidades requieran de esa mismísima inocencia para ser cosechadas.
Y yo nunca quise ser el tipo de persona que cierra el corazón. He mirado esa tendencia con desprecio desde chiquito. Como dice la frase, “morite de amor, cagón”.
Ahí es cuando considero dos presuntas alternativas. “Volver a la inocencia”, o no. Pero, ¿realmente puedo elegir volver a la inocencia?¿puedo apagar ese botón de no emocionarme cuando yo quiera? La verdad, ahorita mismo siento que no.
Hoy día, desde mi perspectiva, aquella “decepción” luce todo menos injustificada. Al contrario, se siente como una adaptación bayesiana a un mundo con exceso de ilusiones y déficit de genuino valor subyacente. Así de aburrido.
Entonces contemplamos la otra alternativa. Ni preocuparnos por volver a la inocencia. Esta alternativa es, operativamente, infinitamente más fácil. Pero afrontarla emocionalmente es un mundo completamente aparte.
Significaría afrontar la presunta realidad de que el mundo carece de las oportunidades grandiosas y aventurosas que solíamos imaginar de pequeños, y aprender a conformarse con oportunidades más modestas; oportunidades realizables.
Ahora, yo pregunto. ¿Realmente son modestas esas oportunidades?¿voy a caer en el pesimismo infructífero de menospreciar lo único que tengo, que es aquello que sí puedo conseguir?
Si voy a patear para ese lado, más me vale entender que entrar en una depresión por sólo tener aquello que puedo tener, es tan ridículo como entrar en una depresión porque no gano la lotería, y que tengo que contentarme con laburar.
Pero por otro lado, cada vez que salgo a la puta intemperie todo el mundo parece estar rebosando de intensidad. Sufriendo amores o desamores, sintiendo ese presunto rayo que te parte en dos que es el amor. Se me viene un “miedo a estármela perdiendo” que mejor ni contarte.
Y volvemos al comienzo de nuevo. ¿Quiero, o no quiero? Porque si me pongo a mirar en detalle, muy bien no la están pasando. “Al menos están vivos”, dice alguna parte de mi cabeza, y “cerrá el orto y aprendé de los estoicos” responde otra.
“Estás cayendo en la falsa dicotomía de que o sos un torbellino de hormonas, o estás literalmente muerto. Superar ese falso preconcepto de que las emociones intensas son la única forma de sentir y vivir sería el paso liberador que te permitiría materializar tu potencial, y llegar a un punto de realización al que, francamente, no se puede llegar pensando sólamente en ponerla emocionalmente”, añade.
Hoy día esa segunda voz es medio como que la que gana, como verán. Es lo que me lleva a afirmar, como al comienzo, que “mi mundo se volvió muy concreto”. Es concreto porque deja de perseguir emociones efusivas, y se enfoca en accionables que tengo al alcance y que me retribuyen. Pero en algún sentido, también tiene el potencial de ir incluso más allá que esa persecución de sentires. Llegar a un lugar al que sólo se llega con diligencia.
Digo todo esto, y aun así me pregunto si no será que siguen existiendo agentes de la desorientación dando vueltas. Si no será que existe una fuerza lo suficientemente grande como para arrebatarme hacia la vorágine de la que supuestamente salí para siempre, y sacudir los presuntos cimientos inamobibles sobre los que residen mi aparente letargo.
¿Ojalá?¿ojalá no? No sé. No tengo ni puta idea. Pero bueno, el camino es uno de un modo u otro: seguir construyendo.